Creemos que la sexualidad sin compromiso, sin amor, nos convierte en la generación a la que el amor no le duele, que hemos superado las estructuras del amor romántico, creemos que amar es crear dependencia y generar apegos, pero no, al vivir la sexualidad de esa manera nos limitamos a experimentar solamente las superficies del placer. La sexualidad puede sanarnos como personas y como sociedad. Existe el sexo sanador, el sexo que cura, el sexo que nos ayuda a crear, a construir, el sexo sagrado.
La sexualidad es una parte integral del ser humano, no podemos separarla de nuestro ser. Podemos jugar a hacerlo, podemos jugar a ser cuerpos que simplemente se frotan, pero no podemos tirar nuestras sensibilidades junto con nuestras ropas, nos sentimos obligados a mostrarnos sabedores y despreocupados, como si mostrar amor fuera una debilidad y hacemos que un encuentro tan íntimo se convierta en tan solo un desahogo.
¿Qué es lo que estamos construyendo con esa sexualidad libre? Nada, no construimos nada, al contrario, destruimos y traicionamos algo que debe ir implícito en un encuentro sexual; mostrar amor, ser cariñosos y sensibles. Cuando acariciamos con presencia, compasión y respeto, estamos ayudando a que la otra persona sane. Y lo más importante, al expresar amor nosotros mismos también sanamos.
La sexualidad es una parte fundamental de nuestra naturaleza humana, es una expresión de nuestro ser. Sin embargo, muchas veces nos vemos tentados a separarla de nuestra esencia, como si fuera algo ajeno a nosotros. Al integrar nuestra sensibilidad construimos un encuentro sexual en algo más profundo: al dejar fluir libremente nuestra capacidad de amar, convertimos un encuentro carnal en un encuentro espiritual.
Al entregarnos al placer de la sexualidad, debemos dejar a un lado el ego y el afán de de impresionar, de ser los mejores. No es importante evaluar un encuentro en base a si gustamos o no, lo que deberíamos preguntarnos o preguntar es cómo se sintió y se siente esa otra persona. Darnos un espacio para esa intimidad que va más allá del sexo para sanar y no llevarnos heridas silenciosas, aprovecha esos momentos de intimidad para pedir perdón y recibirlo si es necesario. Sella ese encuentro con abrazos, caricias y besos, todos los que puedas antes de que esa intimidad se esfume.
La sexualidad no es solo un acto físico, es un acto emocional y al entregarnos con amor lo convertimos en un acto espiritual. Es por eso que debemos tomarnos el tiempo de explorar nuestras emociones y las de nuestra pareja. Es un momento para sentirnos, para conectarnos y con ternura sanar heridas de las que incluso podemos no ser responsables.
Acaricia a esa persona como si estuvieras acariciando a todas las personas a las que pudiste lastimar en el pasado. Entrégate desnudo, pero no desnudo del cuerpo, desnudo de miedos, desnudo de creencias y de carencias que no te permiten expresarse a tu alma. Aprovecha ese momento, ese espacio. Ese cuerpo es el territorio que te permite ser mejor de lo que fuiste, el campo de acción para poner tu mejor intento y sanar con tus manos una porción de humanidad herida.
¿Qué pasaría si nos entregáramos de verdad, sin barreras, sin prejuicios, sin miedos? ¿Qué pasaría si esa entrega fuera el camino para sanar nuestras heridas? Has a un lado tus miedos, déjate sanar y permite que la sexualidad sea una herramienta de sanación para ambos. Aprovecha esos momentos y acaricia con amor, con empatía, con compasión. Date cuenta que cuando acaricias con todo tu ser, con tu cuerpo, con tu mente y con tu alma, esas caricias pueden ser el bálsamo que alguien más necesita para sanar sus heridas.
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